Introducción
Relato de la experiencia personal: Comenzar con la narración del evento que ocurrió frente a tu casa, describiendo la pequeña procesión de niños al inicio de la Semana Santa y cómo la frase “Se vive, se siente, Jesús está presente” captó tu atención y despertó una profunda reflexión.
Transición al tema central: Introducir la idea de la “presencia de Dios” como un concepto complejo pero esencial en la vida de un cristiano, vinculándolo con el recuerdo del entusiasmo y fervor de la niña de la procesión.
Un día cualquiera, en la víspera de la Semana Santa, una escena inesperada se desarrolló frente a mi hogar. Un grupo de niños, en una pequeña pero significativa procesión, avanzaba por la calle. Entre risas y juegos, una frase se elevaba con particular fervor: “Se vive, se siente, Jesús está presente”. Algunos niños la cantaban con un entusiasmo contagioso, mientras otros, distraídos, se sumaban con menos ímpetu. Sin embargo, esa sencilla proclamación resonó en mi corazón, llevándome a una profunda reflexión sobre un misterio que los santos han contemplado a lo largo de los siglos: la omnipresente presencia de Dios.
Desarrollo
La Presencia de Dios según los Santos: Introducir referencias de escritos de santos sobre la presencia de Dios, resaltando la importancia de esta presencia en cada aspecto de nuestras vidas. Algunos ejemplos incluyen:
- San Ignacio de Loyola: Hablar sobre su enseñanza de encontrar a Dios en todas las cosas, enfatizando su práctica de la “Contemplación para alcanzar amor”.
- Santa Teresa de Ávila: Mencionar su comprensión de la presencia de Dios dentro de nosotros, especialmente a través de su analogía del castillo interior.
- San Francisco de Asís: Describir su visión de la presencia de Dios en toda la creación, lo que lo llevó a un profundo respeto por la naturaleza y todos los seres vivos.
La complejidad de mantener una presencia constante de Dios: Discutir el desafío que representa para nuestra naturaleza humana mantenernos constantemente enfocados en Dios, y cómo esto implica un sacrificio personal y mortificación.
La Presencia de Dios según los Santos
En la rica tradición de nuestra fe católica, varios santos han explorado y testimoniado cómo vivir conscientemente en la presencia de Dios. San Ignacio de Loyola nos enseña a encontrar a Dios en todas las cosas, invitándonos a una “Contemplación para alcanzar amor”, donde cada aspecto de nuestra vida se convierte en un encuentro con lo divino.
Santa Teresa de Ávila, por su parte, nos adentra en el castillo interior, el espacio sagrado dentro de nosotros donde Dios reside.
Y San Francisco de Asís, con su amor por toda la creación, nos recuerda que Dios se manifiesta en todo lo que nos rodea, llamándonos a una relación de respeto y asombro ante la maravilla de la creación.
La complejidad de mantener una presencia constante de Dios
A pesar de esta herencia de sabiduría, vivir en constante conciencia de la presencia de Dios es un desafío para nuestra naturaleza humana. Se nos llama no solo a reconocer a Dios en nuestros momentos de oración, sino en cada pensamiento, palabra y acción. Este llamado requiere de nosotros un sacrificio personal: la mortificación de nuestra atención dispersa para centrarla en Dios. Es un camino de renuncia a la superficialidad para abrazar una profundidad de vida donde cada instante es un acto de amor y presencia.
Aplicación Práctica
- Vivir en la presencia de Dios: Ofrecer consejos prácticos sobre cómo podemos esforzarnos por mantener una presencia constante de Dios en nuestras vidas, inspirándonos en las enseñanzas de los santos y en la oración cotidiana.
- La importancia del intento: Reconocer que, aunque es un desafío mantener la atención plena en Dios, el esfuerzo en sí es valioso y agrada a Dios. Animar a los lectores a no desanimarse por las fallas, sino a ver cada momento como una nueva oportunidad para volver a Dios.
Vivamos en la presencia de Dios
¿Cómo podemos, entonces, cultivar esta presencia constante de Dios en nuestras vidas? Los santos nos ofrecen algunas pistas: la oración constante, la meditación diaria sobre las Escrituras y la práctica de la presencia de Dios incluso en las tareas más mundanas. Este último punto puede ser un buen comienzo: realizar nuestras actividades diarias con la intención de ofrecerlas a Dios, buscando en ellas su rostro y Su Santísima Voluntad.
La importancia de intentarlo
Es vital reconocer que, aunque nuestro esfuerzo por mantenernos enfocados en Dios es imperfecto, el simple intento es precioso a sus ojos. Dios, en su infinita misericordia, ve el deseo de nuestro corazón de estar siempre con Él y complementa con su gracia lo que a nuestra debilidad le falta.
Conclusión
- Reflexión final sobre la niña de la procesión: Volver al relato de la niña que cantaba con fervor y cómo su actitud simboliza el tipo de relación entusiasta y amorosa que todos estamos llamados a tener con Dios.
- Invitación a la acción: Motivar a los lectores a reflexionar sobre su propia vida y encontrar maneras de reconocer y honrar la presencia de Dios en todos los aspectos de su existencia.
Citas y Referencias
- Asegurarse de incluir citas específicas de los santos mencionados y referencias a los documentos de la Iglesia o las enseñanzas del magisterio para respaldar las afirmaciones hechas en el artículo.
Conclusión
La imagen de aquella niña, cantando con todo su ser durante la procesión, es un poderoso recordatorio de lo que significa vivir en la presencia de Dios. Su entusiasmo y amor reflejan la actitud con la que todos estamos llamados a vivir nuestra fe: con un corazón plenamente entregado al amor de Dios, impulsando así a nuestros hermanos. Cada momento de nuestras vidas es una oportunidad para reconocer y celebrar la presencia de Dios en nuestras vidas.
En este sentido nos ilumina nuestra Madre Iglesia en el segundo prefacio de adviento:
PREFACIO DE ADVIENTO II
Cristo, Señor y Juez de la historia
En verdad es justo darte gracias, es nuestro deber cantar en tu honor himnos de bendición y de alabanza, Padre todopoderoso, principio y fin de todo lo creado.
Tú has querido ocultarnos el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá sobre las nubes del cielo revestido de poder y de gloria. En aquel día, tremendo y glorioso al mismo tiempo, pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.
El Señor se manifestará entonces lleno de gloria, el mismo que viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y para que demos testimonio por el amor, de la espera dichosa de su reino.
Por eso, mientras aguardamos su última venida, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Nos indica que Jesús, Dios, es quien “viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento”, y además nos dice la manera en que debemos recibirlo “en la fe”, debemos además dar testimonio “por el amor” de la “espera” de su reino. La riqueza de la Iglesia es inmensa, nos entrega en una sola frase verdades muy profundas y articuladas entre sí, de ahí viene lo que llamamos “la articulación de la fe”, una verdad nos lleva a otra y así todo está articulado.
Citas y Referencias
Para aquellos interesados en profundizar en este tema, recomiendo la lectura de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, “Las Moradas” de Santa Teresa de Ávila, y la “Regla” de San Francisco de Asís.